lunes, 18 de marzo de 2013

La última historia. Capítulo 4 "Morir por el ego de otro"

Lancé toda la carga que podía lanzar en un simple movimiento de manos y en pocos segundos estaba atravesando una nube de fuego, sangre y piezas metálicas. Al salir de aquella mortífera nube, no se veía prácticamente nada, con un campo de batalla al rojo vivo y con la cabina de mi avión llena de restos de la batalla. En el cristal que me separaba del exterior podía apreciar manchas de sangre y gasolina, una metáfora visual de lo que sería esa guerra.

Era peligroso seguir combatiendo con tan poca visibilidad, así que decidí tomar dirección sur para intentar bajarme de ese avión. Necesitaba llegar a tierra puesto que aquella situación me estaba superando de una manera inimaginable, tenía sensaciones impropias de mi: nauseas, dolor de cabeza, agotamiento... Tragué un vomito y seguí pilotando para poder escapar de aquella pesadilla. Aquel caos todavía seguía siendo imparable, explicar con palabras esos momentos me sigue siendo imposible; el humo, las llamas, la muerte expresada en forma de cielo rojizo... Cada gesto, cada movimiento de la batalla me hacía creer más en la muerte y menos en el futuro. La radio solo tenía malas noticias, eran decenas los aviones abatidos por el enemigo en poco tiempo ¿Qué impulsa al ser humano a cometer estas estupideces? Muchos de estos soldados morían sabiendo que esta era una guerra absurda, no morían por defender sus intereses ni los de su patria, no morían ni siquiera por sus familias, morían para que  unos pocos pudiesen alimentar su ego.

Solo esquivaba aviones enemigos, parecía que mis compañeros se habían esfumado, los pocos que podía divisar a lo lejos en un par de segundos quedaban reducidos a pedazos. Después de dejarme toda la munición en agujerear chatarra soviética, escapé lejos de aquel infierno. A unas pocas millas de donde me encontraba había una pequeña base que controlaban nuestros aliados, sin muchas más opciones y sin apenas combustible no me quedaba más remedio que realizar un aterrizaje desesperado. Esa cafetera voladora a penas respondía de mis indicaciones, los daños de la batalla eran evidentes, las perforaciones en el fuselaje además de en algunas zonas importantes del avión provocaban que  fuese prácticamente imposible de pilotar. Era el momento de librar otra batalla, la de mis sentidos contra aquel infernal mecanismo de destrucción.


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